#ElPerúQueQueremos

"En el momento en que un grupo es capaz de dar testimonio de ello, las víctimas demuestran una generosidad increíble"

Discurso del Presidente Federal Joachim Gauck Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social, con ocasión de la visita de Estado al Perú

Publicado: 2015-05-13

Para visitar este lugar asomado sobre el mar hay que recorrer un largo trecho desde la entrada, ahí abajo. Un largo trecho hasta llegar a este imponente edificio, cuyos espacios atesorarán en el futuro relatos de historia e historias. El largo viaje a la memoria, claro está, ha de entenderse simbólicamente. Puesto que el recuerdo y la conmemoración no surgen de la noche a la mañana, requieren tiempo. Volveré luego sobre ello.  

Acabo de hablar de un largo trecho. Y estos días estoy viendo un Perú que ha recorrido con éxito un largo, agotador y exigente trecho. Si miramos al país en su conjunto, vemos hoy una democracia efectivamente bastante estable, y desde hace varios años asimismo una economía dinámica. El resultado es que la pobreza se está combatiendo eficazmente, aunque todavía no se haya logrado erradicar. Pero se observan grandes éxitos y también se observa que, tras transitar durante décadas por los oscuros valles de la desolación, se albergan nuevas esperanzas.

El Perú de hoy es un país abierto al mundo. Existen buenas razones para que el Presidente alemán realice una visita de Estado a este país al cabo de más de cincuenta años. Siento un gran respeto por los logros cosechados hasta ahora por el Perú. Imaginémonoslo: lo cierto es que no hace tanto que se produjo el fin de la tragedia que se quiere abordar en este edificio. Hace quince años el Perú se libró del conflicto violento interno, que se había cobrado decenas de miles de víctimas. Y ustedes, las ciudadanas y los ciudadanos del Perú, no se dieron por vencidos, y tampoco cayeron en la anarquía, sino que propugnaron e instauraron la paz, reforzando sobre esa base la democracia. Suscribieron el Acuerdo Nacional, que agrupa y aglutina a las fuerzas políticas, económicas y de la sociedad civil y que hoy en día aprueba por consenso las principales decisiones políticas. Más adelante tendremos ocasión de referirnos al consenso y la dificultad de definirlo. Pero antes de nada quiero poner en valor la labor del Acuerdo Nacional, inclusive en relación con el saludo especial al Señor Vargas Llosa.

Cada vez que se reconoce un problema, esa percepción aún no alcanza a toda la sociedad. Trátese de la instauración de la democracia, del Estado de Derecho o de una cultura de la memoria, en la evolución de las sociedades humanas siempre van por delante algunos individuos o pequeños grupos. Y no sabemos exactamente cuándo la ratio de esa nueva orientación marcada por unos individuos o pequeños grupos ilustrados es capaz de cambiar un a veces pertinaz “consenso” en la sociedad. Y por eso es importante que tratemos con cariño y gratitud a quienes fueron precursores de procesos necesarios para una comunidad sólida, y que les brindemos nuestro apoyo. Les doy las gracias a todos ustedes, que asumieron esa tarea de hacer tomar conciencia a la sociedad en un momento tan temprano y con tanto empeño.

Lo que necesitan las sociedades que se encuentran en un proceso de transformación hacia una democracia guiada por el imperio de la ley es una convicción íntima, profunda, que en algunos países de América Latina se ha expresado sencillamente en dos palabras: “nunca más”. Queremos que lo que ocurrió no vuelva a ocurrir jamás. ¿Pero cómo surge entonces de esa convicción compartida algo así como una nueva forma de ver la propia nación? Cómo surge esa identidad, que se diferencia de las anteriores identidades de una nación, fragmentadas en amigos y enemigos, en los de arriba y los de abajo, en clanes y lealtades premodernas. Todas estas improntas las conocemos en el continente.

Y al mismo tiempo conocemos el proceso que conduce al caso ideal de la comunidad internacional, en el cual las personas eligen y sustituyen a sus gobiernos en libre determinación y estos, algo sumamente importante, por poderosos que sean y por mayoritario que haya sido el voto ciudadano, se someten a la ley. Ninguna democracia tiene futuro sin un sólido edificio legal. Y lo que hacemos cuando ejercemos la memoria es no solo traer a la memoria de la nación la dignidad de las víctimas, sino también lamentar una ausencia, a saber, la ausencia del Estado de Derecho en las instituciones, la ausencia de la humanidad en los movimientos ideológicos, así como también la debilidad interna de los edificios legales.

Y por eso este edificio será algún día un lugar de aprendizaje omnicomprensivo de la civilización. Un lugar de aprendizaje de una política que nunca se restringe a conocer una sola perspectiva – me refiero a la perspectiva de los gobernantes momentáneos –, sino que integra permanentemente las perspectivas de los oprimidos o de las víctimas de la sociedad. Y ante todas la violaciones legales, ante todas las actuaciones desviadas – en algunos sitios incluso de órganos estatales –, será entonces de ayuda que la nación afectada acuerde por respeto al sufrimiento de las víctimas: queremos recobrar junto a la dignidad del ser humano la dignidad de la ley. Y por eso este lugar tiene una significación especial para el visitante que llega de la lejana Europa. Para mí es algo así como un monumento, aunque todavía no pueda ver el contenido de la exposición. Pero el enfoque sí que pone de manifiesto que aquello sobre lo cual acabo de reflexionar con ustedes encuentra aquí su sitio. Y les prometo que si llenan de vida este lugar en este sentido los vendrán a visitar muchos otros presidentes y luchadoras y luchadores por los derechos humanos del mundo entero, les expresarán su respeto y también les ofrecerán ayuda, en lo que puedan.

Paso ahora a lo que nosotros podemos aportar por nuestras experiencias en Alemania. Me ha llenado de satisfacción saber hasta qué punto este proyecto ha contado también con apoyo económico por parte de los políticos alemanes y asimismo por parte de la sociedad civil alemana, aunque en este caso haya de mencionarse en primer lugar a los políticos alemanes. Yo no traigo fondos, pero vengo con experiencias. Son las experiencias sobre las diversas maneras de abordar el pasado que ha marcado a mi país.

Muchos de ustedes saben que yo viví una dictadura en el este de Alemania y que no fue sino en 1990 cuando entré en política a través de unas elecciones libres. Por aquel entonces formé parte de la oposición en la primera Asamblea Popular salida de unas elecciones libres. Pero la oposición y la coalición de gobierno aprobaron leyes conjuntas para propiciar una dilucidación abierta y crítica de la dictadura. Ello se concentró fundamentalmente en la documentación de la Stasi, la antigua policía secreta comunista. Tras la Revolución Pacífica encontramos en las diversas dependencias de la Stasi unos 160.000 kilómetros de documentación archivada y en parte ya destruida. Y en esa documentación pudimos identificar y desentrañar lo que podría llamarse el acta de la represión. Esos documentos fueron para nosotros el “saber de dominación” de los dictadores. Y nos vimos confrontados con la siguiente pregunta: ¿han de abrirse o no los archivos? Muchos dijeron: “Eso no es posible, se produciría un terremoto en la sociedad”. Pero habíamos vivido una revolución pacífica, y por eso no temimos una guerra civil. Y dijimos: ¡No! No estamos dispuestos a consentir que la clase dominante de otrora mantenga el monopolio de la verdad y los oprimidos se vean en una posición de inferioridad cuando quieran lograr que se los rehabilite. Por eso hubo una amplia mayoría parlamentaria, por encima de las diferentes adscripciones políticas, a favor de abrir los archivos. Si la documentación se hubiera sometido a la legislación de archivo, la información se habría mantenido en secreto durante 30 años.

En muchas sociedades en transformación de Europa se plantearon las mismas preguntas tras la ruptura: ¿Cómo hemos de gestionar los documentos? ¿Han de clasificarse como documentos del Estado? ¿De verdad deben mantenerse en secreto 30 años? ¿O son documentos de una dictadura que deben hacérsenos accesibles antes a nosotros, los oprimidos, que a cualesquiera otros especialistas? Y fue por eso por lo que nos decidimos a abrir los archivos. Fue una manera de favorecer a quienes habían estado oprimidos y resultó del cambio de perspectiva del cual hablé antes: prestad atención a la situación de las víctimas y seréis capaces de encontrar mejores decisiones políticas. ¿Pero por qué Alemania fue capaz de dar pasos propios de una política de recuperación de la memoria histórica con tanta determinación, en el año 1990? Porque Alemania ya había vivido fases anteriores.

Fijémonos en la dictadura alemana más terrible, la nacionalsocialista. Terminó en 1945, a raíz de una derrota militar. Y entonces empezaron a regresar del extranjero las primeras víctimas de todas, las que habían sido expulsadas de Alemania. Y las familias que tenían familiares víctimas de la dictadura hitleriana desde luego pudieron llamar los crímenes de los nacionalsocialistas por su nombre y las potencias que dominaron Alemania también promovieron publicaciones de esa índole. Pero el discurso sobre las víctimas del régimen nazi se redujo a pequeños círculos. Tuvo lugar, pero no alcanzó al grueso de la sociedad.

Tras la guerra la filósofa alemana judía Hannah Arendt volvió de visita a Alemania y, observando la marcha del país, constató lo siguiente: “There is a loss of reality”. Los alemanes – si se les saca la guerra y las causas de la guerra – empiezan a hablar de los pecados de los demás. Y asociada a esa pérdida de realidad ella comprueba una pérdida de empatía con las víctimas. Ambas pérdidas se compensan: la pérdida de realidad se compensa con una profusión de opiniones. Y la pérdida de empatía con las víctimas que se ha causado se compensa con autocompasión. Y ambos fenómenos los reconocemos muy claramente en esta primera fase de dedicación a las víctimas y a la culpa tras la guerra.

Quiero a continuación referirme al núcleo de los deseos e ideas que albergo para este lugar. Esta forma de ocuparse del pasado, una aceptación limitada o incluso una negación de los hechos, esta empatía y simpatía con las víctimas, todo esto en Alemania no permaneció inalterable, sino que se fue transformando. Los ambientes ilustrados que buscaban recuperar la memoria histórica, las víctimas, los ámbitos científicos, también la justicia, con importantes juicios contra criminales de guerra, cambiaron la mentalidad de la gente. Y la generación siguiente empezó a hablar a finales de la década de los sesenta con la generación de sus padres sobre la culpa, sobre la propia culpa. ¿Dónde estabas tú cuando gobernaba Hitler? ¿Dónde estuviste en la guerra? ¿Qué hiciste tú? ¿Estuviste en Oradour? ¿Estuviste en Lidice? En infinidad de familias alemanas de más o menos mi generación hubo estos discursos.

Paso a paso aquello desembocó en un gran espanto. Y en ese contexto, antes de que la sociedad se transformara in toto*, destacó el particular e importante papel desempeñado por científicos, psicólogos, personas comprometidas de la sociedad. El último acto de ese cambio político fue un célebre discurso de uno de mis antecesores, Richard von Weizsäcker, del año 1985, en el cual por fin calificó de liberación el final de la guerra. Muchos liberales de izquierda hacía tiempo que lo habían entendido así. Pero para amplios círculos de la población alemana fue importante que lo pudiera afirmar un Presidente conservador: fue liberación, no solo derrota. Y fue capaz de hablar de culpa y plantear el no reconocimiento del pasado como un menoscabo de las expectativas de futuro.

Por tanto, ahí tocó a su fin un proceso que había dado lugar a un rechazo de los hechos y de la simpatía genuinamente humana hacia el sufrimiento de las víctimas. Y sobre esa base, a partir de esa identidad político-cultural de la República Federal –todavía alemana occidental–, los alemanes orientales pudieron a su vez abordar en 1990 la tarea de encarar su dictadura. Esa doble experiencia de dilucidación de una dictadura nos situó a los alemanes en un papel especial. He aquí la razón por la cual una Ministra alemana les ofreció a ustedes un aporte económico para este Lugar de la Memoria. A saber, porque nosotros los alemanes tenemos experiencias profundas y determinantes en relación con la culpa, con la negación de la culpa y, finalmente, con el reconocimiento y el esclarecimiento de la culpa. Y yo les digo a ustedes: la nación no se perdió cuando habló de la propia culpa, sino que se reencontró a sí misma de un modo muy peculiar, nada patriotero. Conquistó una libertad interior cuando no derivó el referente para el esclarecimiento del pasado de la palabra y el concepto de “nación”. En lugar de ello, alcanzó esa libertad cuando fue capaz de tomar los derechos humanos universales como referente de lo que llamamos política de la memoria y de lo que significa la memoria en sentido colectivo.

No podemos marcar las experiencias individuales, pero un Estado sí que puede hacer mucho para que esa memoria presidida por valores humanos incluya justamente mi propia culpa y mis propios desafueros. Y repito el mensaje esencial: en ese arduo camino, en el cual al comienzo hubo muchas disputas entre los bandos, Alemania no se perdió, sino que se ganó a sí misma. Ganó una identidad propia, estuvo en disposición de creerse a sí misma y de confiar en sí misma. Y ahora llegamos al término clave de las sociedades en transformación. No solo en América Latina, sino en todos los lugares donde se pretende implantar nuevas estructuras democráticas, el punto de partida no es la dicha y la opulencia, sino la polémica. Y en tales fases el valor de la confianza es tan sobresaliente que, en verdad, resulta difícilmente superable. De ahí mi enérgico alegato inicial en favor del papel de la legalidad en una sociedad en vías de reforma.

Pues bien, ¿qué significa esto para ustedes en su situación concreta? Por supuesto que yo no puedo opinar sobre lo que conviene exactamente, puesto que no conozco suficientemente los pormenores de la situación. Pero la presencia de diversos Ministros en este acto y también la muy intensa conversación mantenida con el Presidente Humala me reafirman en la creencia de que ustedes, las peruanas y los peruanos, podrán pasar de una memoria parcial a una cultura colectiva de la memoria. Siempre habrá todavía fases en que miembros del Ejército y de la policía que en su momento defendieron al Estado y al ciudadano digan: somos héroes, hicimos todo lo que había que hacer para combatir a los terroristas. Puede que eso valga para amplios círculos, pero todos los aquí presentes saben que en esa legítima lucha por la autoridad del Estado se cometieron graves errores y, sí, también hubo culpas.

Y me imagino pues que en la cúpula militar existirá un proceso progresivo al hilo del cual el generalato se pregunta: ¿Por qué pautas habrá de regirse en adelante este país a la hora de mantener viva la tradición militar? ¿Qué tipo de tradiciones militares necesita un Ejército democrático? Y entonces se estará en condiciones de distinguir los actos de defensa justificados de aquello que debe tacharse sin ambages de crímenes o terror de Estado. En la lucha a menudo perdemos nuestros valores. ¿Pero por qué motivo no deberíamos hablar de ello? ¿Acaso se hicieron culpables todos los soldados y oficiales? ¿Dieron un golpe de Estado contra la República? No lo hicieron.

Así pues, se hablará de qué manera, pensando en las instituciones estatales, servimos a la legalidad y a nuestro Estado y a la democracia, y cuándo abandonamos la senda de la legalidad. Eso duele. Pero en el momento en que un grupo es capaz de dar testimonio de ello, las víctimas demuestran una generosidad increíble. Las víctimas se muestran bondadosas si los victimarios no rehuyen la verdad. Y la verdad es algo que a veces duele, pero a la postre sana. En el Nuevo Testamento hay una frase religiosa en el Evangelio de San Juan que puede valer perfectamente para la política: “Conoceréis la verdad, y la verdad os librará”. También lo puedo expresar en términos puramente políticos, con las palabras de un gran autor y presidente, Václav Havel, al referirse a una forma de vida como es “el vivir en la verdad”. Se puede simplificar, empobrecer, la vida en sociedad, se puede tapar la verdad, encerrarla, reprimirla, callarla. Pero de esa manera no nos servimos, a lo sumo quizás sirvamos al nombre de nuestra familia, pero no a la honra de nuestra nación.

Y ahora voy a hablar del otro bando. En aquel entonces, cuando Sendero Luminoso reclutó adeptos, con frecuencia también se le unieron hijos e hijas de la burguesía llegados a toda prisa de las ciudades. Tenían concepciones peregrinas, en parte románticas, sobre la liberación de las masas y querían lograrla no a través del debate, sino también con la fuerza militar. Algo de ese idealismo, de esa pasión libertadora era ciertamente auténtico. Y paso a paso surge de ahí un cálculo terrorista, como siempre ha existido a lo largo de la historia de los libertadores, desde los jacobinos, pero muy especialmente desde las variantes moscovita y pequinesa de propagación del poder del pueblo entre la gente como lo que se llama comunismo. Siempre que ha ocurrido, ha llevado aparejadas enormes pérdidas humanas, la restricción o liquidación del aparato legal, y no ha aportado progreso, ni político ni cultural. Y en ese bando se les dirá a quienes con ideario idealista iniciaron en su día una denominada lucha de liberación: ¿Cuándo traicionasteis vuestros ideales? ¿A cuántas personas tuvisteis que matar para demostrar que queríais conducir al mundo hacia un futuro mejor? Y yo les digo: eso les cuesta tanto como a algunos militares.

Señoras y señores, yo no suelo venir muy a menudo por aquí. Por eso mismo me he permitido enfrentar en este discurso con mayor densidad y proximidad de lo habitual situaciones conflictivas actuales, y les pido que no me lo tomen a mal. Lo que me importa es mostrarles que nuestra experiencia en Alemania no ha destruido a nuestra nación, sino que la ha fortalecido. Y mi deseo es que siga habiendo una interlocución sobre estas cuestiones entre el Perú y Alemania. Debatamos juntos cómo se pueden intensificar estos procesos de diálogo, que habrán de surgir entonces en el seno de la sociedad. Y cómo se puede conseguir que antes de nada salgan a la luz los hechos y con ellos la verdad. Y a nivel de esos hechos poner entonces en marcha un discurso sin miramientos, pero a la postre satisfactorio.

Los alemanes queremos estar a su lado en ese proceso. Exactamente de la misma manera que estamos a su lado cuando se trata de potenciar las infraestructuras o mejorar las instituciones estatales o afianzar la seguridad del ordenamiento jurídico. Todos ellos son niveles de encuentro que considero importantes y valiosos. Pero existe asimismo un encuentro de los escarmentados. Y si ellos se atienen a su realidad verdadera, habrá un futuro conformado de verdad.

Muchas gracias.

Fuente: http://www.bundespraesident.de/SharedDocs/Downloads/DE/Reden/2015/03/150321-LugarMemoria-Lima-Peru-spanisch.pdf?__blob=publicationFile

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