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Tarata y La Cantuta: recordando por “cuerdas separadas”

Con relación al evento conmemorativo que organizó la Municipalidad de Miraflores sobre el atentado de Sendero Luminoso en la calle Tarata.

Publicado: 2015-08-13

                                                                                                    Ivan Ramírez Zapata                                                                                                      Antropólogo - UNMSM

Es sabido que los crímenes de Tarata y La Cantuta están íntimamente ligados. Según la información con la que contaban los agentes de inteligencia, los responsables del primer atentado se encontraban residiendo en dicha universidad, por lo que una operación “aleccionadora” se hacía necesaria. Constatar esta relación permite afirmar que no se puede comprender a cabalidad el asesinato de los estudiantes y el profesor de La Cantuta si es que no se le ubica en el contexto de golpes y respuestas armadas que venían ocurriendo en la capital. Creo, sin embargo, que la manera en que recordamos estos acontecimientos pierde de vista esta dimensión fundamental. En lo que sigue, voy a discurrir en torno a esta idea. 

El 16 de julio se cumplió un año más del atentado que Sendero Luminoso realizó en la calle Tarata. Este año asistí por primera vez a las actividades que la municipalidad del distrito apoya para conmemorar dicho evento (1) . Entre ellas, quizás la más importante es la realización del video “Los jóvenes sí tenemos memoria”. Esta consiste en la realización, por parte de un colectivo de jóvenes, de un video en torno al hecho, con contenido nuevo cada año; se trata de una iniciativa valiosa no solo porque tiene apoyo de un gobierno local, sino porque implica también el involucramiento de jóvenes con un interés real en conocer más de la etapa de conflicto armado interno y comprender lo ocurrido en ese periodo.

El video de este año dura alrededor de nueve minutos. Creo que su contenido es indicativo de la manera en que se recuerda públicamente los momentos más impactantes de esa época. Dos momentos del video me parecen fundamentales. El primero es aquel que trata sobre el “Surgimiento de Sendero Luminoso”. Para hablar de ello, aparece siendo entrevistado Enrique Ghersi bajo el membrete genérico de “Especialista”. Consultado sobre por qué apareció Sendero, da tres razones: la llegada al poder de Velasco, y su corte colectivista; la reforma agraria, que empobrece a la burguesía rural, de la cual serían hijos los cuadros senderistas de la UNSCH; y la polarización ideológica del mundo, que encontró en el Perú una de sus principales aporías en las sucesivas divisiones de los partidos de izquierda, de donde Sendero Luminoso derivó. Nótese que la explicación de Ghersi es sobre todo ideológica: Sendero es fruto de una cultura colectivista de izquierda que se radicaliza progresivamente desde mediados de los sesenta; la reforma agraria es mencionada solo para poder encontrar, en esta ecuación, de dónde es que salieron sus principales organizadores políticos. Y si bien lo que dice Ghersi no carece de fundamento, su explicación es escandalosamente parcial. Así, sin que sea esa la intención de los realizadores, la explicación de por qué surge Sendero termina siendo banal y sesgada, afectando no solo una mejor comprensión del conflicto, sino también, de manera lateral, de lo que significó el gobierno de Velasco (otro tema sobre el cual queda mucho por investigar) (2).


El segundo elemento llamativo es que el contenido del video se ha esforzado por ir más allá del hecho mismo del atentado. No solo se menciona que el año 1992 Sendero venía realizando atentados en Lima como parte de un cambio en su estrategia, sino que también se anota que no fue este ni el primer atentado en Lima ni en Miraflores (Gustavo Gorriti, también entrevistado, aparece explicando varias de estas cosas), mencionándose, además, el vínculo que se dio entre este distrito y el de Villa El Salvador. Más aún, se señala, con acierto, que ese mismo día se realizaron varios otros atentados, aunque de mucha menor intensidad. Así, el coche-bomba en Tarata es presentado como una acción más dentro de un conjunto de atentados que obedecían a determinada planificación. Lamentablemente, la historia que el video cuenta queda allí.

Pero, como dije al inicio, sabemos que la historia continuó. Entre las últimas horas del día 17 y la madrugada del 18 de julio de 1992, miembros del Destacamento Colina irrumpieron en las viviendas de la Universidad Enrique Guzmán y Valle – La Cantuta y, en presencia de numerosos testigos, secuestraron a nueve estudiantes y un docente. En los días posteriores ninguna autoridad militar daba razón de los secuestrados y negaban la incursión nocturna. Más tarde, se descubriría que las víctimas de este crimen fueron ejecutadas y enterradas en dos fosas ubicadas en Cieneguilla y el kilómetro 1.5 de la autopista Ramiro Prialé respectivamente. Las denuncias e investigaciones en torno a este hecho fueron fundamentales para la sentencia que dictó 25 años de cárcel al ex presidente Alberto Fujimori.

Otras cosas más ocurrieron. Por ejemplo, ese 18 de julio, hubo una explosión en Villa El Salvador, que destruyó la municipalidad, la comisaría y centenares de techos de viviendas vecinas.

El carácter simultáneo o interrelacionado de los hechos dolorosos de entonces es por lo general omitido en las principales actividades y discursos en torno a estos sucesos. ¿Qué significa esto? No la tengo clara, pero algunas ideas vienen a mi mente:

1. Si bien Tarata y La Cantuta (nótese que me limito a mencionar solo dos hechos de los varios que he referido aquí, lo cual no deja de ser perverso también, al menos desde el punto de vista de lo que vengo diciendo) son parte de un mismo conjunto de acciones armadas, hay demasiadas diferencias: perpetradores distintos, armas distintas, efectos distintos… Más aún, cuando los perpetradores son distintos, las víctimas son distintas: sabemos que en el país hay víctimas más legítimas que otras. Mientras que tanto Sendero Luminoso como el Grupo Colina pueden ser igualmente repudiados por la opinión pública, no ocurre lo mismo con los muertos de uno y otro caso. Todos lamentamos a los muertos y damnificados de Tarata, pero más de uno pone en duda el derecho de los familiares de La Cantuta a reclamar justicia. ¿El recuerdo segmentado de hechos que forman parte de una misma cadena de acontecimientos puede ser la otra cara del valor desigual que asignamos a las víctimas?

2. Se me pude objetar más o menos de la siguiente manera: “Lo que los deudos de uno y otro caso reclaman es justicia y reconocimiento. Para lograr esto es necesario hacer énfasis en la pérdida sufrida. En efecto, la violencia nos quitó a las personas que amamos, y es necesario decirlo con fuerza para que el sufrimiento sea escuchado. Así, pedir una comprensión más histórica de los hechos puede llevar a diluir o relativizar el dolor que sufrieron los directamente implicados en cada atentado”. Es cierto, y quizás es esta una realidad contra la cual se puede estrellar cualquier argumento. Pero, ¿acaso no es posible legitimar nuestras demandas de justicia al hacer explícito el contexto más amplio de violencia que se vivía? No digo que todos los que sufrieron pérdidas unan sus reclamos; no hay incentivos para ello. Digo, más bien, que empezar a hablar de los seres queridos que perdimos como parte un espectro más amplio de abusos y crímenes que golpearon al país puede, a ojos de los demás, ayudar a que nuestro dolor deje de ser objeto de impugnación. “¿Estás diciendo que deben las personas que han perdido familiares en acciones armadas esforzarse porque su dolor parezca legítimo?, ¿no es injusto pedirle a alguien que ha perdido un familiar que, además, haga un esfuerzo para que su dolor sea reconocido y lamentado por los otros?” Sí, lo es, y aunque puede que este ejercicio de legitimación sea necesario, también es cierto que no hay forma de solicitar algo como esto sin caer en la infamia.

3. “Hacer memoria” ha servido para visibilizar las pérdidas y el dolor sufrido por miles de peruanos durante diversos episodios de violencia. Sin embargo, “hacer memoria” también nos separa. En efecto, están “las víctimas” y “mis víctimas”. Mientras “mis víctimas” no tengan el derecho a entrar en el mismo campo de “las víctimas” (o, viceversa, mientras no reconozca a “mis víctimas” como parte del universo de “las víctimas”), difícilmente podremos “hacer memoria” en un sentido que no sea meramente defensivo o indolentemente excluyente. Esto, sin embargo, es quizás una ingenuidad: porque si “hacer memoria” es un paso en la “búsqueda de verdad”, hay pocos elementos para pensar que la verdad reconcilia.

Mientras tanto, los deudos de Tarata se preguntarán, quizás, si es que los senderistas que pusieron el coche-bomba murieron en alguna acción de combate o fueron finalmente a dar a la cárcel. Asimismo, las cuatro víctimas del atentado en La Cantuta cuyos cuerpos aún no se encuentran siguen causando especial dolor en los familiares de este caso e impotencia entre las personas sensibilizadas. Y, en la sombra, una duda: ¿cuándo es que puede el dolor hermanarnos, y cuándo no?

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(1) Agradezco al sociólogo Ricardo Caro, quien me sugirió asistir. Asimismo, este texto se inspira en el intercambio que sostuvo con Gisela Ortiz aquí. 

(2) Ahora bien, ni siquiera los especialistas tienen claridad respecto de qué factores son los más importantes para explicar el origen de esta agrupación, así que es esperable que los jóvenes realizadores se hayan encontrado desbordados por la dificultad que implica tratar este punto.


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